Tres calles
Hay en Trieste una calle donde me reflejo
en los largos días de cerrada tristeza:
se llama calle del Lazareto Viejo.
Entre casas como hospicios antiguos e iguales,
tiene una sola nota de alegría:
el mar al fondo de sus laterales.
Perfumada de especias y de brea
en los almacenes desolados de enfrente,
comercia redes, cabos
para las naves; una tienda tiene como insignia
una bandera; adentro, de espaldas
al transeúnte, que raramente les digna
una mirada, con los rostros exangües e inclinados
sobre los colores de todas las naciones,
las trabajadoras pagan la pena
de la vida: inocentes prisioneras
cosen tétricas las alegres banderas.
En Trieste, donde hay tristezas muchas,
y bellezas de cielo y de barrio,
existe una subida que se llama calle del Monte.
Comienza con una sinagoga
y termina en un claustro; a mitad de la calle
hay una capilla; luego, el negro arrebato
de la vida descubrir puedes desde un prado,
y el mar con las naves y el promontorio,
y la muchedumbre y los toldos del mercado.
Asimismo, al lado de la subida hay un camposanto
abandonado, donde ningún funeral
entra, no se entierra más, por lo que yo
recuerdo: el viejo cementerio
de los judíos, tan caro a mi memoria
si pienso en mis viejos, después de tanto
penar y mercadear, ahí enterrados,
tan parecidos todos de rostro y de ánimo.
Calle del Monte es la calle de los santos afectos,
pero la calle de la dicha y del amor
es siempre la calle Domenico Rossetti.
Esta verde vía suburbana,
que pierde día a día su color,
que es cada vez más ciudad, menos campiña,
conserva aún el encanto de sus bellos
años, de sus primeras villas dispersas,
de sus ralas hileras de arbolitos.
Quien pasea en estas últimas tardes
de verano, cuando todas abiertas están
las ventanas y cada una es un mirador
donde tejiendo y leyendo se espera,
piensa que quizá aquí su dilecta
florecería de nuevo al antiguo placer
de vivir, de amar a él, él solo;
y una salud mas rosada para su niño.
Traducción:
Daniela Orlandini
Ardea Bonelli
María Sánchez Puyade
io, Eleonora Bevilacqua
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